Para vivir con la cabeza sana, debes ser dueño de tu mundo emocional, ser tu el que controla tus emociones. Porque cuando entregas el mando de tu mundo emocional a los demás, tus emociones serán frágiles y cualquiera podrá dañarlas.
Para mejorar tu autoestima tienes que saber que nadie puede herirte a menos que tú te hieras. Poner tus emociones en manos de personas es horrible, horrible porque la gente puede jugar con ellas y lastimarte. Por eso es fundamental que recuperes el control de tu mundo emocional. Tu determinas como te sientes, lo que piensas y crees.
Si alguien actúa mal contigo, no tienes porque pagarle con la misma moneda. Puedes esperar a que vea lo que ha hecho o ponerte a orar para que Dios lo corrija. Elige hacer lo correcto y ten el control sobre tu vida, ¿por qué te va a afectar el error del otro? Tu felicidad no depende de cómo te traten los demás, depende de cómo te tratas tú a ti mismo. Cuando recuperas el control, nadie puede dañar tu mente.
Escuchamos frases como:
“Tú me haces feliz”“Me robaste la paz”
¿Te robo la paz? Te la robó porque le entregaste tu mundo emocional y ahora dependes de esa persona. Es imposible que alguien te robe la paz a menos que la entregues.
“Mis hijos me sacaron de quicio, me hicieron enfadar”
De la misma manera nadie puede hacerte sentir así a menos que lo permitas. Tú determinas vivir alegre o triste. Jesús dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” El no había entregado su mundo emocional a la gente y por eso dijo “perdónalos”, decidió hacer lo correcto porque eso te llena de vida y libertad.
Al hacer esto demuestras que nadie tiene el control sobre tu vida, si entregas tus emociones dependerás de cómo te traten, si te miró con buena o mala cara, de cómo te hablen, de lo que te dijeron… y estarás muerto mentalmente antes de morir de verdad. Pero si controlas tu vida dirás: “Aunque todo vaya mal a mi alrededor y estén contra mí, con todo yo tendré gozo” Serás libre de la gente.  Elías Berntsson
Fuente: Inspirado en el manual “Actitudes que bendicen” de Bernardo Stamateas