La Plasticidad
de la Mente.
Nos hemos acostumbrado a creer que la felicidad es una especie de
competencia olímpica para tener más, ser más exitoso, sentir más placer y hacer
más cosas
El hombre más feliz del planeta es un individuo que
vive en una celda de dos por dos, no es dueño ni ejecutivo de ninguna de las
compañías del Fortune 500, no tiene relaciones sexuales desde hace más de 30
años, no vive pendiente del celular ni tiene Blackberry, no va al gym ni maneja
un BMW, no viste ropa de Armani ni Hugo Boss, desconoce tanto el Prozac como el
Viagra o el éxtasis, y ni siquiera toma Coca-Cola.
En suma: el hombre más feliz del planeta es un hombre
que no tiene dinero, éxito profesional, vida sexual, ni popularidad
Su nombre es Matthieu Ricard, francés, occidental por nacimiento, budista por convicción y el
único entre cientos de voluntarios cuyo cerebro no sólo alcanzó la máxima
calificación de felicidad prevista por los científicos (-0.3), sino que se
salió por completo del “felizómetro”: -0.45.
Los 256 censores y decenas de resonancias magnéticas a las que Ricard se sometió a lo largo de varios años
para validar el experimento no mienten: Allí donde los niveles en los simples
mortales es muy alto, -estrés, coraje, frustración-en el cerebro de
Ricard, estas sensaciones negativas sencillamente no existen.
Por el contrario, ahí donde la mayoría de voluntarios
mostró bajísimos niveles -satisfacción y plenitud existencial-, Ricard superó
todos los índices. Esto es, en todas y cada una de las sensaciones positivas,
dando origen al título de "el hombre más feliz del planeta"
Lo paradójico del caso no es que él sea un hombre tan feliz, sino cómo llegó a serlo: Desprendiéndose de todo aquello en lo que
los occidentales suponemos radica la felicidad: fe en un Dios salvador,
éxito profesional, pericia científica, dinero, posesiones, relaciones humanas y
consumo, consumo, consumo…
Y es que Ricard no es ajeno a nada de esto: hijo del
miembro emérito de la academia francesa Jean François Revel, Ricard no se dejó
deslumbrar por el ateísmo ilustrado de su padre, ni por su fe de nacimiento;
tampoco sus estudios de genética celular en el Instituto Pasteur le trajeron la
satisfacción deseada. Con el mundo a sus pies y a punto de convertirse en una
eminencia científica Un buen día decidió que ése no era el rumbo que él quería
para su vida Se fue al Himalaya, adoptó el celibato y la pobreza de los monjes,
aprendió a leer el tibetano clásico e inició una nueva vida desde cero. Hoy es
la mano derecha del Dalai Lama y ha donado millones de euros -producto de la
venta de sus libros- a monasterios y obras de caridad. Pero eso no es la causa,
sino la consecuencia de su felicidad…
La causa hay que buscarla en otro lado, dice el jefe
del estudio, Richard J. Davidson,y no es ningún misterio ni gracia divina: Se
llama plasticidad de la mente.
Es la capacidad humana de modificar físicamente el
cerebro por medio de los pensamientos que elegimos entretener. La plasticidad
de la mente y el cuerpo es una característica preeminente en el niño. ...
Resulta que al igual que los músculos del cuerpo, el
cerebro desarrolla y fortalece las neuronas que más utilizamos. A más
pensamientos negativos, mayor actividad en el córtex derecho del cerebro y en
consecuencia, mayor ansiedad, depresión, envidia y hostilidad hacia
los demás. En otras palabras: más infelicidad autogenerada.
Por el contrario, quien trabaja en pensar bien de los
demás y ver el lado amable de la vida, ejercita el córtex izquierdo, elevando las emociones placenteras y la felicidad.
Ricard advierte que
no se trata de decidir ver la vida en
rosa de un día para otro, sino de trabajar sistemáticamente en debilitar esos
músculos de infelicidad que tanto hemos fortalecido creyéndonos víctimas
del pasado, de los padres o del entorno,y paralelamente, comenzar a ejercitar
los músculos mentales que nos hacen absoluta y directamente responsables de
nuestra propia felicidad
Al final, los resultados del estudio de nuestra
civilización - confirman ahora sí
con pruebas científicas en mano, lo que humanistas y profetas de todas las
épocas han venido diciendo…sin que los científicos materialistas les dieran ni
un mínimo de crédito:
A saber: que la felicidad
es un asunto del espíritu que no depende de nada ni de nadie externo a la
persona (Buda), que la clave para ser feliz mora en el interior de cada quien
(Cristo) y que la felicidad o es un hábito o es el resultado de varios de ellos
(Aristóteles).
Y si bien Ricard
admite que su camino no es más que uno de muchos, advierte que ser feliz
necesariamente pasa por dejar de culpar a los demás de nuestra infelicidad y
buscar la causa en nuestra propia mente. O, como dice un adagio:
"envejecer es obligatorio, madurar es opcional".
En su Defensa de la felicidad, la traducción de su último libro
publicado en España, el monje explica cómo nuestra vida puede ser transformada
incluso a través de variaciones mínimas en la manera en que manejamos nuestros
pensamientos y «percibimos el mundo que nos rodea».
Uno de los aspectos
que más ha fascinado a los investigadores es la capacidad de los monjes de
suprimir sentimientos que hasta ahora creíamos inevitables en la condición
humana: el enfado, el odio o la avaricia. El estudio de sus cerebros demuestra
una capacidad extraordinaria para controlar sus impulsos basados en el
principio que Buda no prometió a sus seguidores la salvación en el cielo, sólo
el final de sus sufrimientos en la tierra si lograban controlar sus deseos.
Matthieu Ricard ve en
resultados como éste la prueba que cualquiera, no importa las desgracias que
haya vivido, puede alcanzar la felicidad si cambia el chip mental que a menudo
nos hace detenernos en los aspectos negativos de la existencia
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